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hacia el final. Siento que tengo que hacer algo para detener mi proceso de envejecimiento,
pero ¿qué? No puedo pagar un lifting. Estoy inmersa en un dilema, ya que tanto engordar
como hacer régimen contribuyen al envejecimiento. ¿Por qué parezco vieja? ¿Por qué? Miro a
las ancianas en la calle para intentar distinguir los minúsculos procesos, por nimios que sean,
que hacen que sus caras se vuelvan viejas y no jóvenes. Recorro los periódicos de arriba
abajo, en busca de la edad de todos, intentando decidir si parecen viejos para su edad.
11 a.m. Acaba de sonar el teléfono. Era Simón, para hablarme de la última chica a la que le ha
echado el ojo.
-¿Cuántos años tiene? -le pregunté con desconfianza.
-Veinticuatro.
Aargh aargh. He llegado a la edad en que los hombres ya no encuentran atractivas a las
mujeres de su misma edad.
4 p.m. Voy a salir a tomar el té con Tom. He decidido que tengo que invertir más tiempo en
cuidar mi aspecto como las estrellas de Hollywood, y me he pasado una eternidad
poniéndome una gruesa capa de base debajo de los ojos, poniéndome colorete en las mejillas
y destacando rasgos ya diluidos.
-Por Dios santo -dijo Tom al verme llegar.
-¿Qué? ¿Qué?
-Tu cara. Pareces Barbara Cartland.
Empecé a pestañear muy aprisa, intentando aceptar que, de repente y de manera irrevocable,
una espantosa bomba de relojería colocada bajo mi piel la había dejado arrugada.
-Se me ve muy vieja para la edad que tengo, ¿verdad? -dije con abatimiento.
-No, pareces una niña de cinco años que se ha puesto el maquillaje de su madre. Mira.
Eché una ojeada al espejo de imitación victoriana que había en el pub. Parecía un payaso
chillón, con mejillas de un rosa intenso, dos cuervos muertos como ojos, y, debajo, una capa
de maquillaje que recordaba los blancos acantilados de Dover.
De repente comprendí por qué las mujeres viejas acaban saliendo a la calle tan maquilladas,
todo el mundo se ríe de ellas, y he decidido no volver a burlarme de ellas.
-¿Qué pasa? -me ha preguntado Tom.
-Estoy envejeciendo prematuramente.
-Oh, por Dios. Es culpa de esa maldita Rebecca, ¿verdad? Shazzer me ha contado la
conversación sobre Magda. Es ridículo. Pero si parece que tengas dieciséis años...
Adoro a Tom. Aunque sospecho que puede haberme dicho una mentira, me siento mucho más
animada, ya que ni siquiera Tom diría que aparento dieciséis si aparentase cuarenta y cinco.
domingo 11 de junio
56,65 kg (muy bien, demasiado calor para comer), 3 copas, 0 cigarrillos (muy bien,
demasiado calor para fumar), 759 calorías (todas de helados).
Otro domingo desperdiciado. Parece que esté condenada a pasar todo el verano mirando
criquet con las cortinas cerradas. Tengo un extraño sentimiento de desasosiego, ahora que es
verano, y no sólo a causa de las cortinas cerradas los domingos y de la prohibición expresa de
hablar de escapaditas. Me he dado cuenta, a medida que los largos y calurosos días se repiten
extrañamente, de que, sea lo que sea que estoy haciendo, siempre pienso que debería estar
haciendo otra cosa. Es un sentimiento de la misma especie que el que periódicamente te hace
creer que, por el hecho de vivir en el centro de Londres, tendrías que ir a la Koyal
Shakespeare Company / al Albert Hall / a la Torre de Londres, a la Royal Academy / y al
museo de cera de Madame Tussaud, en lugar de ir de bares y divertirte.
Cuanto más brilla el sol, más obvio parece que los demás lo están utilizando más y mejor en
alguna otra parte: posiblemente en un gran partido de fútbol al que todo el mundo está
invitado menos yo; posiblemente a solas con su amante en un claro rústico junto a una
cascada donde pastan las Bambis, o en una gran celebración pública, que probablemente
incluye a la reina madre y a uno o más de tenores de fútbol, para conmemorar el exquisito
verano del que no estoy sacando provecho.
Quizás haya que echarle la culpa a nuestro pasado climático. Quizá todavía no tenemos la
mentaliad adecuada para saber vivir con sol y sin nubes. Un clima que para nosotros no es
más que un extraño incidente. El instinto de dejarse llevar por el pánico, salir corriendo de la
oficina, quitarse la mayor parte de la ropa y tumbarse jadeando en la salida de incendios,
cuando el sol asoma la nariz, es todavía demasiado fuerte.
Pero también aquí hay una confusión. A nadie le conviene jugárselas con la posibilidad de
excrecencias malignas, así pues, ¿qué deberías hacer? ¿Una barbacoa a la sombra, quizá?
¿Matar de hambre a tus amigos, mientras tú trasteas por la cocina durante horas, para
entonces envenenarlos con alimentos chamuscados y nauseabundos? U organizar picnics en el
parque y acabar con todas las mujeres rascando el papel de aluminio de los trozos de
mozzarella espachurrados y gritando a niños que padecen ataques de asma a causa del ozono,
mientras los hombres se toman un vaso de vino blanco bajo el feroz sol del mediodía y miran
un partido de fútbol cercano con la vergüenza de estar excluidos.
Envidio la vida de verano en el continente, donde los hombres vestidos con trajes ligeros y
elegantes, y gafas de sol de diseño, pasean tranquilos en coches con aire acondicionado, se
detienen quizá para un citrón pressé en un café a la sombra en una antigua plaza,
absolutamente acostumbrados al sol, desdeñándolo porque saben que éste seguirá brillando el
fin de semana, cuando puedan ir a estirarse tranquilos en su yate.
Estoy segura de que éste ha sido el factor decisivo de nuestra decreciente confianza nacional,
a partir del momento en que empezamos a viajar y a darnos cuenta de ello. Supongo que las
cosas cambiarán. Cada vez hay más mesas en las aceras. Los comensales consiguen sentarse
allí con tranquilidad, sólo recordando en algunos momentos el sol y poniéndose de cara a él
con los ojos cerrados, sonriendo satisfechos a los transeúntes -«Mirad, mirad, estamos
tomando un refresco en la terraza de un café, también los de este país podemos hacerlo»-, sus
expresiones de angustia vital son breves y fugaces, y sólo expresan la duda: «¿Deberíamos
estar en estos momentos en una representación al aire libre de Sueño de una noche de
verano?».
En algún remoto lugar de mi mente acaba de nacer la tímida idea de que quizá Daniel tenga
razón: lo que se supone que tienes que hacer cuando hace calor es ir a dormir debajo de un
árbol o mirar criquet con las cortinas cerradas. Pero a mi modo de ver, para ponerte a dormir
tienes que saber que el día siguiente también será caluroso, y el otro, y que quedan suficientes
días calurosos en tu vida para hacer de forma calmada y comedida todas las actividades
imaginables para un día caluroso, sin ningún tipo de prisa. Menuda posibilidad.
lunes 12 de junio
57,6 kg, 3 copas (muy bien), 13 cigarrillos (bien), 210 minutos intentando programar el vídeo
(mal).
7 p.m. Mamá acaba de llamar.
-Oh, hola, cariño. Adivina qué pasa. ¡Penny Husbands-Bosworth sale en Noche de noticias.
-¿Quién?
-Ya conoces a los Husbands-Bosworth, cariño.
Úrsula estaba un curso debajo del tuyo en el instituto. Herbert murió de leucemia...
-¿Qué?
-No digas «qué», Bridget, di «perdón». La cuestión es que voy a estar fuera, porque Una
quiere ver una proyección de diapositivas del Nilo, así que Penny y yo nos preguntábamos si
tú podrías grabarlo... Ooh, será mejor que me ponga a salvo. ¡Aquí está el carnicero!
8 p.m. Vale. Es ridículo haber tenido un vídeo durante dos años y no haber sido capaz de que
grabe una sola cosa. Es un maravilloso FV 67 HV Video Plus. Es sólo cuestión de seguir las
instrucciones, encontrar los botones, etc., seguro.
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